

Claire no estaba lista para una relación, no después de la traición que se vio obligada a soportar. Pero la persistencia de Daniel la hizo preguntarse si podría volver a confiar en un hombre. Justo cuando estaba lista para abrir su corazón al amor, lo vio con otra mujer, cargando a su hijo sobre sus hombros.
El restaurante bullía con una energía silenciosa mientras se retiraban los últimos platos y el murmullo bajo de las conversaciones se desvanecía en la noche.
Claire se movió metódicamente, limpiando el mostrador con movimientos firmes y uniformes.
La tarea era relajante y la conectaba con el momento.
No se trataba solo de limpiar, se trataba de mantener sus pensamientos a raya, encerrados de forma segura donde no pudieran hacerle daño.

Solo con fines ilustrativos. | Fuente: Midjourney
Claire, ¿tienes un minuto?
La voz familiar rompió el silencio, suave pero autoritaria. No necesitó levantar la vista para saber quién era.
Daniel, el dueño del restaurante, se encontraba a unos cuantos metros de distancia, y su presencia llenaba la habitación sin esfuerzo.
Se enderezó, dejó el paño sobre la encimera y arqueó una ceja. «A ver si lo adivino», dijo con un tono ligero pero con un toque de exasperación.

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“Vas a invitarme a salir otra vez.”
Daniel sonrió, apoyándose casualmente contra el mostrador.
Su confianza era casi irritante, pero había algo desarmante en su manera de comportarse, como si siempre estuviera escuchando una broma que nadie más había escuchado.
—Quizás sí —respondió con una sonrisa juguetona—. ¿Mañana a la pista de hielo? Anda, Claire. A la tercera va la vencida.
Abrió la boca, preparada para decir otra excusa, pero las palabras no salieron.

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Había un destello de algo en su expresión —determinación, tal vez, o esperanza— que la hizo reflexionar.
La mayoría de los hombres se habrían echado atrás después de un rechazo, y mucho menos de dos.
Pero Daniel no parecía inmutarse, y esa persistencia la hizo dudar.
—¿Por qué estás tan seguro de que diré que sí esta vez? —preguntó ella cruzándose de brazos.
—Porque aún no te has ido —replicó él, ampliando su sonrisa.

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Claire no pudo evitarlo: se le escapó una pequeña risa, sorprendiéndose incluso a ella misma.
Por un instante, bajó la guardia, y en ese fugaz segundo, se preguntó qué se sentiría al decir que sí. Al volver a confiar.
—De acuerdo —dijo finalmente, con voz suave pero firme—. Iré. Mañana.
La sonrisa de Daniel se extendió por su rostro como la luz del sol atravesando las nubes.
—Genial. Nos vemos a las siete —dijo, apartándose del mostrador y caminando hacia la puerta.

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Cuando desapareció en la parte de atrás, Claire se quedó allí, su reflejo brillando débilmente en la pulida encimera.
Una extraña mezcla de emociones se arremolinaba en su interior: emoción, miedo y un leve atisbo de esperanza.
Dejar entrar a alguien parecía peligroso, como pisar hielo fino. Pero tal vez, solo tal vez, valió la pena el riesgo.
El autobús gruñó al pasar sobre un bache y sus pasajeros se balancearon al ritmo desigual.
Claire se sentó junto a la ventana, mirando la ciudad pasar entre un borrón de edificios grises y rayos de sol.

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Su reflejo en el cristal le llamó la atención: una leve sonrisa que no había lucido en años. Se sentía extraña, desconocida, pero agradable.
“Te ves feliz”, una suave voz interrumpió sus pensamientos.
Claire se giró y vio a una mujer mayor sentada a su lado. Tenía una mirada amable, enmarcada por finas arrugas, y sus manos descansaban cuidadosamente sobre su regazo.
Claire dudó, sin saber si debía responder.

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Normalmente, ella ignoraría un comentario como ese y se refugiaría en el silencio, pero algo en la calidez de la mujer la hacía sentir segura.
—Tengo una cita —admitió Claire con voz casi tímida.
El rostro de la mujer se iluminó. “¡Ah, qué maravilla! ¿Será alguien especial?”
Claire asintió y un pequeño rubor subió a sus mejillas.
Es mi jefe. Lleva un tiempo pidiéndomelo, y… bueno, es insistente. Pero es un encanto. Vamos a patinar sobre hielo esta noche.

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“¡Patinaje sobre hielo!” La mujer se rió entre dientes, con los ojos brillantes.
Qué encanto. Estás radiante, querida. Te sienta de maravilla.
Claire sonrió aún más, y las palabras le calentaron el pecho. Abrió la boca para decir más, pero se le cortó la respiración de repente.
Su mirada se dirigió hacia el parque que estaba fuera de la ventana.
Allí estaba él: Daniel.

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Estaba de pie bajo la sombra de un gran roble, con sus manos descansando suavemente sobre los hombros de una niña.
La niña se rió, girando en una torpe pirueta, mientras una mujer estaba cerca, riendo.
Daniel se agachó y atrajo al niño hacia él para abrazarlo; su sonrisa era amplia y genuina.
El calor en el pecho de Claire se enfrió, su sonrisa se disolvió como hielo bajo una llama. Su corazón latía con fuerza y su visión se nubló.
—Querido, ¿qué pasa? —preguntó la mujer mayor, con la voz teñida de preocupación al notar las lágrimas de Claire.

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Claire parpadeó rápidamente, pero las lágrimas se derramaron de todos modos, deslizándose por sus mejillas. “Mintió”, dijo con voz entrecortada y temblorosa.
Tiene familia. ¡Qué tonta soy!
El autobús avanzó dando tumbos y Claire aferró su bolso con fuerza. El peso de la traición le oprimía el pecho, dificultándole la respiración.
Se volvió hacia la ventana, el parque ya no estaba a la vista, pero la imagen de la sonrisa de Daniel persistía. Decidió que no volvería a casa a llorar.

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Llorar se sentía demasiado pasivo, demasiado débil. Esta vez, pensó con fiereza, pagará por sus mentiras.
La pista de hielo brillaba bajo hileras de luces centelleantes, cuyo suave resplandor se reflejaba en la superficie lisa y vidriosa.
La risa y la música se mezclaron con el aire fresco del invierno, creando una atmósfera que debería haber parecido mágica.
Para Claire, sin embargo, la belleza de la velada era una frágil máscara de la tormenta que se gestaba en su interior.
Ella vio a Daniel parado cerca de la entrada, con un par de patines alquilados colgando de su mano.

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Su sonrisa casual y su saludo ansioso parecían casi demasiado perfectos, como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo.
Claire forzó una sonrisa y caminó, calculando cada paso.
“¿Lista para patinar?”, preguntó Daniel, ofreciéndole los patines.
“Por supuesto”, dijo ella, con una voz demasiado alegre, casi burlona.
Se ataron los patines en silencio y pisaron el hielo. Claire se movía con soltura, sus patines dibujando suaves arcos en la superficie.

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A su lado, Daniel se tambaleaba, agitando ligeramente los brazos mientras luchaba por encontrar el equilibrio.
—No eres muy buena patinadora, ¿eh? —dijo Claire, con un tono burlón pero con una agudeza que no pasó desapercibida.
—Todavía no —admitió Daniel con una sonrisa—. Pero llegaré. Mírame.
Ella lo empujó, solo un poquito. Él tropezó, pero se contuvo, riéndose.
—Uy. Lo siento —dijo Claire, inclinando la cabeza con fingida inocencia.

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Los “accidentes” continuaron. Cada vez que Daniel recuperaba el equilibrio, Claire lo retaba: un deslizamiento brusco junto a él, una parada repentina frente a él.
Finalmente, con un empujón leve pero calculado, lo arrojó al hielo.
—¡Guau! ¡Ay! —exclamó, cayendo con fuerza sobre su coxis.
Claire sonrió con sorna, con expresión indescifrable. “¿Estás bien?”
Daniel rió a pesar del dolor, frotándose la espalda mientras se ponía de pie. “¿No me lo estás poniendo fácil, verdad? ¿Intentas hacerme daño?”

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—Tal vez —respondió ella, medio en broma, pero su tono tenía un matiz más oscuro.
Cuando salieron de la pista, Daniel caminaba con una ligera cojera, haciendo muecas de vez en cuando, pero aún sonriendo.
Claire, sin embargo, había dejado de fingir. Su rostro estaba frío; su alegría anterior había sido reemplazada por algo más duro.
—Te vi hoy —dijo de repente, con su voz cortando el silencio.
Daniel parpadeó. “¿Qué quieres decir?”
—En el parque —continuó Claire con voz cortante—. Con una mujer y una niña. Parecías muy feliz. ¿Podrías explicarme?

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Daniel se detuvo, su sonrisa se desvaneció. “¿Y tú crees…?”
—Creo que me mentiste —lo interrumpió, cruzándose de brazos—. Tienes familia, ¿verdad?
Por un momento, el silencio los invadió. Entonces Daniel hizo algo que la desconcertó por completo: se rió.
Una risa profunda y genuina que le hizo apretar el pecho con confusión y enojo.
—Ven conmigo —dijo con tono tranquilo pero firme—. Te mostraré la verdad.

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Claire dudó, buscando respuestas en su rostro, pero lo único que vio fue sinceridad.
En contra de su mejor juicio, lo siguió en la noche, con el corazón latiendo con una mezcla de miedo y curiosidad.
El viaje en coche hasta la casa de Daniel fue tranquilo y el aire estaba cargado de tensión.
Claire estaba sentada con los brazos cruzados, mirando a Daniel con el rabillo del ojo, tratando de leer su expresión.
Él parecía tranquilo, sus manos firmes en el volante, pero ella no estaba lista para bajar la guardia todavía.

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El coche entró en la entrada de una casa modesta situada en un barrio tranquilo.
Las suaves luces del porche iluminaban el jardín cuidadosamente cortado y una corona de flores colgaba en la puerta principal, dando a entender que había alguien que se preocupaba por los pequeños detalles.
“Esto es todo”, dijo Daniel apagando el motor.
Claire salió, con el corazón acelerado, mientras lo seguía hasta la puerta. No estaba segura de qué esperar: ¿una disculpa? ¿Una excusa? Pero nada la preparó para lo que sucedió después.

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“¡Tío Danny!”, se escuchó la voz de una niña en el momento en que se abrió la puerta.
Una pequeña mancha de rizos y emoción se precipitó a los brazos de Daniel.
Él rió, levantándola sin esfuerzo a pesar del visible gesto de dolor por sus anteriores caídas en la pista. La hizo girar, y sus risas llenaron el pasillo.
—Mia, baja el ritmo —llamó suavemente una mujer mientras entraba en escena.
Claire se quedó paralizada, sintiendo una opresión en el pecho al ver aparecer a la mujer. Era hermosa, de rasgos suaves y una sonrisa cálida.

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La mente de Claire trabajaba a toda velocidad, juntando todas las suposiciones que había hecho.
Daniel bajó a Mia y se volvió hacia Claire.
“Esta es Mia”, dijo, señalando a la niña radiante. “Y esta es su mamá, Laura. Son mi familia, pero no como te imaginas”.
La confusión de Claire debió ser evidente, porque Laura dio un paso adelante. “Danny es mi cuñado”, explicó en voz baja.

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—Mi esposo, su hermano, falleció el año pasado. —Su voz se quebró por un momento antes de continuar.
Danny prometió ayudarnos a cuidarnos. Desde entonces, ha sido como un segundo padre para Mia.
Las palabras impactaron a Claire como una ola. Se sonrojó, la vergüenza le subió por el cuello. “Lo siento mucho”, balbuceó. “Me precipité y…”
—No pasa nada —dijo Daniel, interrumpiéndola con suavidad—. Lo entiendo.
Antes de que Claire pudiera responder, Mia tiró de la manga de Daniel. “Tío Danny, ¿quién es?”

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Daniel sonrió, mirando a Claire. «Alguien que me gusta mucho», dijo simplemente.
Más tarde, mientras caminaban de regreso a su auto, Claire no pudo evitar mirarlo de reojo mientras la calidez de su voz se reproducía en su mente.
Se detuvo junto al coche y respiró hondo. “¿Podemos empezar de nuevo?”, preguntó con voz suave pero sincera.
¿Quizás… otra cita? Prometo no volver a hacerte caer.

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Daniel rió entre dientes, con una sonrisa contagiosa. “Demasiado tarde para eso”, dijo, sosteniéndole la mirada. “Ya me he enamorado de ti”.
Por primera vez en años, Claire sintió que sus paredes se agrietaban.
Ella sonrió, el peso de su pecho se alivió y, por primera vez en mucho tiempo, se permitió volver a creer en el amor.
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