

En una pequeña parroquia de la Inglaterra rural vivía un sacerdote y varias monjas.
Un día, una de las monjas mayores notó que las alfombras de la iglesia empezaban a deshilacharse. Fue a ver al sacerdote y le dijo: «Padre, creo que sus alfombras necesitan ser reemplazadas pronto».
El sacerdote le agradeció por haberle informado al respecto y le dijo que creía que ella había estado allí el tiempo suficiente como para referirse a la propiedad de la iglesia como “nuestra” y no “suya”.
Varios días después, la misma monja notó que el seto necesitaba ser podado. Volvió a hablar con el sacerdote y le dijo: «Padre, he notado que su… quiero decir, nuestro seto necesita ser podado».
El sacerdote le agradeció que le hubiera recordado algo y esta vez le preguntó si había visto su reloj perdido. Ella dijo que no, pero le aseguró que lo buscaría.
Unos días después, la parroquia recibió la noticia de que el obispo vendría de visita. Toda la parroquia estaba ocupada preparando la iglesia para la visita.
El día que llegó el obispo, la misma monja bajó por las escaleras gritando: “¡Padre! ¡Padre! ¡Encontré su reloj!”.
El obispo dijo: «Qué maravilla, mi hijo. ¿Dónde lo encontraste?»
Después de saludar al obispo, la monja se volvió hacia el sacerdote y le dijo: “Lo encontré debajo de NUESTRA cama”.
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